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Pasajeros en Tránsito
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Guerreros: 300 ciudadanos, soldados, esclavos liberados…

Guerreros: 300 ciudadanos, soldados, esclavos liberados…

-Y ahora, como entones, una bestia se aproxima… paciente y confiada, saboreando la carne cercana.

-¡Pero esta bestia está formada de hombres y caballos… espadas y lanzas!

-Un enorme ejército de esclavos listos para devorar a la pequeña Grecia.

-Listos para acabar con la única esperanza de razón y justicia en el mundo.

-Una bestia se aproxima.



-Ahora hay silencio. Ellos llegaron como bestias de la oscuridad. Con sus garras y colmillos los agarraron a todos menos a mí.


Cuando el niño nació, como todo espartano fue examinado, si hubiese nacido pequeño o raquítico, enfermizo o deforme, habría sido descartado. En cuanto pudo mantenerse en pie, fue bautizado en el noble arte del combate, le enseñaron a no retirarse jamás, a no rendirse jamás, a que morir en el campo de batalla al servicio de esparta era la mayor gloria que podía alcanzar en vida.

A los 7 años, como era costumbre en esparta, el niño fue apartado de su madre y sumergido en un mundo de violencia, un mundo respaldado durante 300 años por una sociedad de guerreros espartanos que forjaba los mejores soldados que jamás hayan existido. La agoje, como se la conoce, obligaba al niño a luchar, a pasar hambre, le obligaba a robar y si era necesario a matar.

Castigado a golpes de vara y látigo, le enseñaron a no mostrar dolor, ni piedad. Le ponían a prueba continuamente y le abandonaban a su suerte, dejaban que viviera su ingenio i determinación con la furia de la naturaleza. Esa era su iniciación, lejos de la civilización. Y volvería junto a su pueblo como espartano o no regresaría.

El lobo empieza a girar alrededor del chico, las zarpas implacables como el acero, el pelo negro como el azabache, los ojos ensangrentados, dormís en la mismísima boca del infierno. El gigantesco lobo olfatea, saboreando el olor del inminente bocado. No le sobrecoge el temor, simplemente es más consciente de todo cuanto le rodea. El aire frió en sus pulmones, los pinos, que mecidos por el viento se estrellan contra la apremiante noche. Su pulso es firme, su forma física.. perfecta. Y así es como el niño, al que habían dado por muerto, regresa con su cuerpo a la sagrada esparta como rey, nuestro rey Leónidas. 30 años nos separan de aquel lobo y de aquel frío invernal, y ahora igual que entonces una bestia se aproxima, consciente, confiada, saboreando el inminente bocado pero ahora esta bestia son hombres, caballos, lanzas y espadas, un ejercito de esclavos, el mayor que pueda imaginarse dispuesto a aplastar a la minúscula Grecia a erradicar del mundo toda esperanza, de razón y justicia. La bestia se aproxima y a sido el propio rey Leónidas quien la ha provocado.



Los seforos, sacerdotes de los antiguos dioses, cerdos endogámicos, más criaturas que hombres, criaturas a las que incluso Leónidas debe pagar y suplicar, ningún rey de esparta ha ido a la guerra sin la aprobación de los seforos.

Viejos místicos enfermos, absurdos vestigios de una época en la que esparta no había salido aun de la oscuridad, vestigios de una tradición sin sentido, tradición que incluso Leónidas debe respetar, pues al verenar la palabra de los seforos, esa es la ley. Y ningún espartano súbdito o ciudadano, hombre o mujer, esclavo o rey, esta por encima de la ley.

Los seforos, eligen solo a las jóvenes espartanas más bellas, para que vivan con ellos como oráculos. Su belleza es su maldición. Ya que los infelices viejos tienen deseos carnales y almas tenebrosas como la noche.



Adiós amada mía, no hay lugar para la ternura, no en esparta, no hay lugar para la debilidad. Solo los recios y los fuertes son dignos de llamarse espartanos, solo los recios, solo los fuertes.



Marchamos por nuestras tierras, por nuestras familias, por nuestra libertad. Marchamos. Espartanos. Ciudadanos, soldados, esclavos liberados… todos griegos valientes. Hermanos, padres, hijos marchamos.



Esta noche no se duerme, el rey no. Lleva 40 años preparandose para este glorioso evento del destino, para este cuerpo a cuerpo entre escudo y lanza, espada y hueso, carne y sangre. Solo lamenta tener tan pocos hombres para sacrificar.



Hacia las termopilas, marchamos. Hacia ese angosto desfiladero, marchamos. Donde las numerosas tropas de jerjes no servirán de nada. Espartanos, ciudadano, soldado, esclavos liberados, todos griegos valientes, hermanos, padres, hijos, marchamos. En aras del honor, en aras del deber, en aras de la gloria, marchamos. Hacia la boca del infierno, marchamos.



Zeus apuñala el cielo con sus rayos y zarandea las naves persas con vientos recalados. Glorioso.

Solo uno de nosotros contiene la cautela espartana, solo él, solo nuestro rey.



“Aquí es donde nosotros les contendremos, aquí es donde nosotros lucharemos y aquí es donde ellos morirán”



“Recordad este día valientes, pues nadie podrá arrebatároslo jamás”



Se ha forjado la oscura voluntad de los reyes persas desde hace 500 años. Ojos tan oscuros como una noche sin estrellas, dientes afilados como colmillos, desalmados. La guardia personal del mismísimo rey jerjes. La elite de los guerreros persas, la fuerza de combate más mortífera de toda Asia. Los inmortales. Pero el gran rey ha dejado al descubierto una fatal perfección, el orgullo. Fácil de provocar, fácil de engañar. Antes de que las heridas y el cansancio hayan hecho mella, el muy loco nos envía lo mejor que tiene. Jerjes ha picado el anzuelo. Inmortales, ponemos a prueba su nombre.



Gritan, maldicen, apuñalan despiadadamente. Más rufianes que soldados, siembran caos monumental, valientes aficionados, cumplen su cometido.

Inmortales, no han superado la prueba de nuestro rey. Y un hombre que se cree un dios, siente como un escalofrío muy humano recorre su espalda.



Incluso el rey se permite soñar con algo más que la gloria. Un loco sueño, pero asi es, contra las infinitas Ordás de Asia, contra todo pronóstico, podremos hacerlo, podemos defender las termopilas. Podemos vencer.



Amanece. Chasquidos de látigos, gritos de bárbaros, desde retaguardia gritan “avanzar”, desde vanguardia gritan “atrás”.

Nuestros ojos son testigos del grotesco espectáculo llegado del confín mas tenebroso del imperio de jerjes.

Cuando la fuerza fallo, recurrieron a la magia. Las mil naciones del imperio persa recaen sobre los ejércitos de toda Asia, obligadas a atravesar este angosto paso, sus numerosas tropas, no sirven de nada. Caen por cientos, arrojados los cuerpos despedazados y los frágiles corazones a los pies de jerjes.

El rey jerjes esta disgustado con sus generales y les disciplina. Jerjes hace llegar monstruos de los rincones más remotos, pero son bestias torpes. Los cadáveres persas amontonados en el suelo las hacen resbalar.



El día transcurre, perdemos a pocos, pero cada uno de los que cae es un amigo o un pariente. Cuando ve que el joven cuerpo decapitado de su hijo, el capitán abandona la formación, sediento de sangre. Los gritos de dolor del capitán por la pérdida de su hijo atemorizan más al enemigo que el atronador sonido de los tambores de guerra. Son necesarios tres hombres para reducirle y llevarle de vuelta a la falange. El día es nuestro, no hay canciones que cantar.



Cientos se marchan, unos pocos se quedan, solo uno mira atrás.



30 años nos separan de aquel lobo y de aquel frío invernal, y ahora como entonces no le invade el temor, si no, la impaciencia, es más consciente de todo cuanto le rodea, el frescor de la brisa marina que es el sudor de su pecho i cuello, de las gaviotas graznando quejándose a la vez que devoran los miles de cadáveres flotantes, de la agitada respiración de los 300 hombres, que a sus espaldas están dispuestos a morir por él. Sin vacilar, todos y cada uno de ellos, dispuestos a morir.

El yelmo le asfixia, el escudo le pesa.

El yelmo le asfixiaba, no le dejaba ver y debe ver bien. El escudo le pesaba le hacia desequilibrarse y su objetivo esta lejos.

Dicen los ancianos que los espartanos descendemos del mismísimo Hércules. El valeroso Leónidas es testimonio de nuestro linaje, su rugido es incesante y fuerte.



“Mi reina, mi esposa, mi amor”



Recordadnos las más sencillas de las órdenes que un rey pueda dar. Recordad porque morimos.



“No deseaba homenajes, canciones, monumentos o poemas de guerra y valor. Su deseo era sencillo, “solo recordadnos” fue lo que me dijo”



Esa era su única esperanza, que a toda alma libre que pasase por ese lugar, en los innumerables siglos que están por llegar. Desde las piedras milenarias, nuestras voces puedan susurrar, decid a los espartanos caballeros que aquí, por la ley espartana, yacemos. Así falleció mi rey y también mis hermanos, hace apenas un año.

Mucho he reflexionado sobre las enigmáticas palabras de victoria por parte de mi rey. El tiempo le ha dado la razón y de griego libre a griego libre, se transmitió el mensaje que el valeroso Leónidas y sus 300 hombres, tan lejos del hogar, entregaron la vida, no solo por esparta, si no por toda Grecia y por la promesa que este país representa. Y aquí ahora, en esta escarpada tierra llamada Platea, las Ordás de jerjes se enfrentan a la aniquilación. Ahí están los bárbaros desalmados de corazón encogido i tembloroso el pulso. Aterrorizados son conscientes del despiadado i vital horror que sufrieron frente las espadas y lanzas de los 300. y ahora desde el otro lado de la llanura contemplan a 10000 espartanos, a la cabeza de 30000 griegos libres. El enemigo únicamente nos triplica en número, alentador para cualquier griego. En este día liberamos al mundo del misticismo y la tiranía y damos la bienvenida al futuro más esperanzador que hayamos imaginado. Demos las gracias a Leónidas y sus 300 valientes, hacia la victoria!


-¡Este día, rescataremos al mundo del misticismo y la tiranía y traeremos un futuro más brillante de lo que podríamos imaginar!


Nosotros los espartanos descendemos del mismo Hércules, aprendimos a no retroceder jamás, a no rendirnos nunca, aprendimos que morir en la batalla es la mayor gloria que podemos alcanzar. Espartanos... Los mejores soldados que el mundo ha conocido.

 

 

 

Una nueva era comienza... la era de la LIBERTAD!!!!!!!!